Su estilo combina elementos del arte ingenuo y las representaciones fantásticas, lo que lo ha hecho popular entre los venezolanos.
A primera vista, Felipe García parece etéreo, uno de esos seres que tiene la asombrosa habilidad de pasar desapercibido en todo tiempo y lugar. Sin embargo, dentro de la Galería Urquía-Marú, donde se exhibe una parte de su trabajo como artista plástico y escultor, su presencia es omnímoda, se siente hasta en el aire.
Felipe tiene 66 años, de los cuales ha dedicado más de 40 al arte. Cuenta a RT que aunque siempre le gustó dibujar y pintar, su incursión en esas lides obedeció a razones económicas: pretendía sufragar sus estudios de psicología en la Universidad Central de Venezuela con el dinero obtenido a partir de la venta de artesanía. Consiguió su título pero nunca ejerció. Había quedado atrapado en otras redes.
Con un estilo ingenuo en el que abundan los soles, las lunas, los pájaros, los peces, las nubes y los colores vibrantes, su trabajo ha llegado a las altas esferas culturales de su país con la exposición ‘Imaginario Caribe’, que puede apreciarse en la Galería de Arte Nacional de Venezuela (GAN) hasta el próximo noviembre.
La muestra, que le tomó un año entero preparar, pretende evocar la alegría en un país que dista mucho de estar en el foso y concitar a la gente común a reunirse, sin más propósito que el encuentro con la alteridad.
Artista poliédrico
García clasifica su producción en tres campos de acción: la artesanía, que lo acompañó desde su temprana juventud; la ilustración y el diseño gráfico; y el muralismo. A esto añade experiencias en la escultura y un trabajo sostenido como promotor cultural, una labor que desempeñó en compañía de su esposa Estrella Sanoja, también artista, fallecida en 2021.
«He tenido tres vertientes. Una es la artesanía, en que he hecho de todo: franelas, cerámica, yo he trabajado mucho con el papel, con el afiche. […]. La otra vertiente es como ilustrador, diseñador gráfico. Trabajé en un imprenta […], que era un imprenta muy particular, con gente muy sensible y nos dedicábamos más que al trabajo de clientes, al trabajo cultural», relata, a lo que suma la pintura de murales.
Con respecto a su incursión en el muralismo, comenta que ha intervenido cinco edificios, pero sin duda, está mucho más orgulloso de sus pinturas en paredes anónimas de barrios pobres en «muchísimas zonas» de su país, cuyo proceso, asegura, transcurrió en medio del ambiente de permanente fiesta que suele prevalecer en el pueblo venezolano.
«Me ha vinculado mucho con comunidades de todo el país, comunidades campesinas, comunidades indígenas, encuentros de niños, encuentros adolescentes, encuentros de promotores culturales en todo el país.[…]. Puedo pintar ese Ávila (montaña al norte de Caracas), por decir, en el barrio Sin Techo de El Cementerio, y a la gente le va a encantar», refiere.
Un lenguaje propio
En su ejercicio creativo, Felipe ha logrado construir lo que denomina «un lenguaje personal», donde símbolos recurrentes hacen las veces de un alfabeto fácilmente descifrable para quien haya visto algún trabajo suyo: es imposible confundirlo con el de cualquier otro artista.
«Repito muchos elementos, como si fuera un alfabeto. […]. Repito el sol, repito la luna, los peces, los pájaros, las casitas, los pueblitos. Y entonces, en esas combinaciones, más o menos, voy haciendo y he hecho como un lenguaje personal. De hecho, cuando se ve una obra mía, es fácil decir: ‘eso es de Felipe’. Es algo que parece sencillo, pero no es fácil», explica.
Para aclarar a qué se refiere, compara la experiencia con la que vive un melómano cuando escucha a Louis Amstrong o a Carlos Santana: no hay confusión posible. «Por supuesto, no me quiero comparar con esos dos monstruos, pero sí: mi arte tiene mucho de arte popular, tiene mucho de arte infantil, tiene arte fantástico. Y en esas mezclas, se va dando mi trabajo», matiza.
En concreto, su propuesta se inscribe dentro del llamado arte ingenuo, del que se ha «alimentado» desde siempre. Según dijera a RT, este tipo de arte «se define sobre todo por el primer plano. […]. Hay poco de uso a la perspectiva –y cuando hay uso de la perspectiva no es necesariamente cumpliendo las normas–, la línea negra, el colorido y el no respetar las proporciones».
El lenguaje de Felipe no está completo si no se menciona el color. Alegre y caribe, su pintura no es, sin embargo, pura creación local; se inspira en una tradición que, según su experiencia, ha impregnado las representaciones pictóricas y artesanías de culturas muy distintas.
«La exposición que está ahorita en la GAN se llama ‘Imaginario Caribe'», puntualiza, antes de referir que los colores vivos no son solo característicos del Caribe, de México o de la pintura y la artesanía peruanas, sino que sobrepasan las fronteras continentales. «Nos vamos para Europa y la pintura nórdica, la pintura rusa popular, digamos, es colorida. Es colorida porque el arte popular es colorido. Es colorido y es un poco ingenuo, como es mi trabajo», remata.
Estas características particulares, que viajan a caballo entre la aparente simpleza y la magia de la composición compleja, ha hecho que otros, particularmente los niños, vean en su propuesta un camino a seguir.
«En trabajo sencillo, simple, le gusta mucho a los niños. Los niños tienden a redibujarme, me ‘fusilan’ (copian). Y bueno, no solamente los niños, muchas personas», comenta con un dejo de modestia.
Empero, a pesar de la simplicidad, el creador aclara que no parte de la nada, sino que siempre tiene en mente «un boceto» o «una idea» que, no obstante, siempre puede cambiar. «Se cambia la planificación, se cambia el boceto, se cambia el color y nos va saliendo un boceto. O sea, lo que te quiero decir es que hay la intención, pero también hay el soltarse», agrega.
«Todo es un soporte»
Aunque los lienzos y los murales constituyen una muestra más que significativa del arte de Felipe García, no son lo único que le interesa. Además de los dibujos en papel y cartulina –que en su día adornaban tarjetas, agendas y marcalibros–, ha incursionado en áreas como la escultura y sigue abierto a explorar otras posibilidades. Su premisa es tanto sencilla como poderosa: «Todo es un soporte».
«En el arte, lo primero que tenemos es el soporte. Podemos pintar sobre cualquier cosa: podemos pintar una pared de un edificio, pero también podemos pintar el cuerpo humano. El cuerpo humano también puede ser un soporte. E igual es el papel. Yo lo que necesito siempre es un soporte para pintar. Porque a mí lo que me gusta es, sobre todo, dibujar y pintar».
Así se explican sus inmersiones en la escultura, en las que ha recibido el apoyo de su hijo Pablo, un profesional de la materia. «He hecho unos primeros intentos en que él me ha hecho el molde. Yo hice la pieza, pero él hizo el molde, hizo el vaciado. El maneja todas esas técnicas y, después, yo las pinto», detalla.
En coherencia con ese principio rector de que «todo es un soporte», revela que en el futuro cercano quiere comprar objetos utilitarios para intervenirlos, así como pintar piezas de ropa, aún no sabe si a mano. «Siempre quiero pintar una franela, quisiera pintar un vestido, pinto una mesa, pinto el soporte como pretexto para que se exprese el arte. Y mientras más variado sea, es mejor también. Yo creo que es bonito», sostiene.
La pugna por otro modelo cultural
La Galería Urquía-Marú está en pleno centro de la capital venezolana, a pocos metros de la Casa Natal de Simón Bolívar, principal héroe nacional, y de otros monumentos de interés histórico. Felipe llama a recordar que en emplazamientos similares de otras urbes, dentro y fuera de América Latina, se trata de zonas turísticas con fuerte presencia de locales dedicados a las artes y a la cultura. Sin embargo, en Caracas no es así.
«El centro Caracas está absolutamente repleto de zapaterías. […]. Yo creo que hay por lo menos 300, 500 zapaterías. Es algo que complica mucho, porque todos los centros de todas las ciudades son más bien turísticos; hay un espacio para la música, para la artesanía, para el arte, para la bohemia», lamenta, no sin reconocer que ha habido intentos del Gobierno para revertir esa situación, pero no han tenido éxito.
Contra esa realidad ha tenido que enfrentarse la Galería Urquía-Marú en sus seis años de existencia. Un primer intento contempló la exposición de juguetes de madera, cerámica y el arte de Felipe y su esposa Estrella. Tras la salida de la mayoría de los participantes, el espacio entró en una especie de «sube y baja».
Ahora mismo hay pinturas, esculturas, artesanía, orfebrería, muñecos de tela y objetos utilitarios intervenidos proporcionados por distintos artistas, inclusive de sus dos hijos, Pablo y Abel. Pero la experiencia le ha dejado a Felipe como enseñanza que esa oferta puede mutar porque, recalca, «no es fácil vender en Caracas».
A su parecer, esta situación es el síntoma de otra mucho más inquietante: la «invasión cultural» del capitalismo, que a través de bombardeos simbólicos permanentes y omnipresentes, intenta privilegiar asuntos como el consumo frente al encuentro o el arte elitista frente a las expresiones populares como los grafitis, al tiempo que justifica prácticas violentas como el uso de mujeres con poca ropa para promocionar mercancías.
«Una valla del tamaño de un edificio de una mujer casi desnuda en toda la autopista, eso es violencia. Entonces, que venga grafitero y ponga su firma, se le tilda de violento, cuando él no es el violento. Más bien está contra de eso. […] Claro, ahí se meten las marcas en el discoduro (la mente) nuestro», reflexiona.
Por esos motivos defiende que, pese a las dificultades, la Galería Urquía-Marú debería constituirse en un espacio capaz de contestar a esas violencias institucionalizadas desde el encuentro fraterno con la alteridad.
«Es un espacio no solamente de compraventa. Por supuesto, nos interesa vender, pero es un espacio en que nos podemos encontrar, que podemos conversar, que podemos planificar la posibilidad de hacer un miniconcierto, recitales, qué sé yo», explica.
Desde otro costado, defiende la noción de que todo arte es político. «Estoy haciendo un trabajo político, y he pintado mucho en barrios, inclusive a veces contratado por algunas instituciones. […]. Íbamos en los barrios y pintaba con las comunidades. Entonces yo dibujaba y una fiesta, sabroso, cerveza, niños, personas mayores…», rememora.
«Soy comeflor (de personalidad afable, idealista y pacifista), pintor y, sin embargo, a mí se me ubica como un pintor político, político del bolivarianismo», confiesa.
Al preguntarle si no le preocupa la etiqueta, es categórico al responder: «Si me cerró la puerta, me la cerró, ¿qué voy a hacer? […]. Ya tengo 66 años… No lo hice (recular) cuando tenía 25, menos lo voy a hacer ahora».
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